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Friday, October 26, 2012

El regreso de los bolos

El regreso de los bolos
Viernes, Octubre 26, 2012 | Por Víctor Manuel Domínguez

LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Los nuevos rusos que visitan
La Habana dicen que para ellos ha cambiado todo para bien. Al menos, no
tienen ninguna restricción para viajar, organizan cualquier negocio
particular en su país, y hacen con su dinero lo que les parezca mejor.

Nadie que los haya visto en la Cuba de los años 70, los reconocería hoy.
De aquellos camaradas, que parecían más desamparados que la calle
homónima de

esa Habana Vieja donde hacían trueques de chocolate por ron, o carne
rusa por sábanas, entre otros malabares para sobrevivir al socialismo
real de la época, no queda nada. La magnitud del cambio de los "bolos" o
ex tovarichis supera la imaginación y maravilla a los cubanos,
esperanzados de que algún día también podamos experimentarla.

Los entonces soviéticos, traídos principalmente a la Isla como asesores
técnicos, unos, o en cumplimiento del servicio militar obligatorio de su
país, con sus cabezas rapadas, y enfundados en holgados overoles verde
olivo y brazos, más que técnicos o soldados, parecían espantapájaros.

Tímidos, con la mirada baja, pese a ser ciudadanos de la potencia
imperialista que mantenía viva la economía de nuestra Isla, llegaban
desde Ucrania, Kirguisia o la estepa siberiana, a compartir la miseria y
la ideología que nos inyectaban hasta a través de aquellos intragables
programas de idioma ruso por radio. Cuentan que los primeros que
llegaron, en los años 60, cuando aun quedaba en La Habana mucho del
esplendor capitalista de la llamada "Paris del Caribe", no podían
esconder el asombro ante lo que veían.

Hoy la imagen que ofrecen es totalmente diferente los hijos de nuestra
antigua metrópoli. Seguros de sí mismos, los rusos que nos visitan
aprovechan cuanto placer se le cruza en el camino, y pasean con aire de
conquista por la Avenida del Puerto de la Habana, o por el bulevar de
Obispo, en shorts, zapatillas Adidas y gorras de los Yanquis de Nueva York.

Apenas desembarcan de un buque escuela o comercial, en la rada
capitalina, comprenden que sus opciones de establecer relación con los
cubanos son diversas y sin distinción de géneros ni razas; y muy bien
que las aprovechan.

Muchachas de a dos por veinte dólares, con algún nivel de instrucción,
experiencia y glamur, compiten con chiquillas principiantes, de a cinco
dólares más una merienda, para ofrecerles servicios de excelencia
sexual, o servirles de acompañantes durante su estancia habanera.

Además, como complemento, gracias a su origen extranjero y solvencia
monetaria, muchachos con títulos de bachiller y diplomas de la
universidad de la calle, los asedian para venderles tagarninas criollas
enfundadas en cajas de tabacos Vegas de Robaina, y tumbarlos
vendiéndoles ron casero envasado en botellas de Havana Club Añejo 7 años.

Un marinero ruso (que chapurrea el español) me asegura que en las calles
de La Habana, aún sin las libertades del actual Moscú, todo puede
suceder; siendo extranjero y con dinero todo se puede conseguir. Lo
mismo una relación duradera, un buen negocio, una buena estafa, un buen
rato de sexo barato o una enfermedad venérea.

Acompañado en la mesa del café El Jardín del Oriente, por muchachas
cuyas edades rondan entre los diecisiete y los veintitrés, expresó que
su padre no tuvo esta oportunidad de gozar Cuba como hoy la goza él,
aunque pasó el servicio militar aquí en tiempos de la Union Soviética.

Al preguntarle si fue en la unidad de Naroca, en Santiago de las Vegas,
me dijo que no sabía, pues su padre de lo único que hablaba era de lo
mal que la pasó. Me contó que hoy, gracias a la desaparición del
comunismo en Rusia, al padre le va muy bien, con un pequeño negocio de
libros raros y de uso en la calle moscovita de Arbat.

Irreverentes, ansiosos por conocerlo todo, deambulan de un sitio a otro
como si no tuvieran otra oportunidad. Cada paso que dan, o propuesta que
reciben, es una ocasión para vivir. No tienen límites estos nuevos rusos
libres.

Quienes los ven pasar, los miran con envidia o admiración. Mientras unos
lo acusan de oportunistas y engreídos en el trato con las muchachas de
ocasión que encuentran a su paso, otros les desean la mejor de las
suertes y los felicitan por haber alcanzado la libertad que nosotros aun
no hemos logrado.

"Abusan de nuestra miseria", dijo una señora que salía del anfiteatro de
la Habana Vieja, al ver pasear a unos rusos acompañados de varias
jovencitas por el malecón.

Un joven que acompañaba a la señora, sin mirarla siquiera, le contestó:
"Allá quienes se venden. Y si hoy lo hacen con los rusos, ayer lo hacían
con un esperpento español, y mañana lo harán con un carcamal inglés. Al
que la perestroika se lo dio, la glasnost se lo bendiga. Ya nos tocará a
nosotros".

Mientras tanto, los nuevos rusos aprovechan campeando por su respeto en
La Habana. Ellos, mejor que nadie, saben que cuando aquí, como ocurrió
en su país, termine la pesadilla comunista, todo cambiará. Al menos,
subirá el precio de las prostitutas.

vicmadomingues55@gmail.com

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